El mayor Pettigrew se enamora by Helen Simonson

El mayor Pettigrew se enamora by Helen Simonson

autor:Helen Simonson [Simonson, Helen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T05:00:00+00:00


14

—¿Para qué es esta cosa de plástico? —preguntó George, tendiéndole un intrincado disco troquelado que venía con la cometa comprada especialmente para la expedición de esa tarde.

—Seguramente forma parte del embalaje —contestó el mayor, que había ido improvisando lo mejor posible, dado que las instrucciones de montaje estaban en chino. La barata cometa morada y verde aleteaba en su mano. Soltó el rudimentario seguro del carrete y se lo ofreció a George—. ¿Listo para remontarla?

El niño lo cogió y empezó a andar hacia atrás, alejándose del mayor por la hierba. El parque, atestado de familias aquel soleado domingo, se extendía por toda la cima del acantilado, al oeste del pueblo. Era un lugar idóneo para las cometas, pero no tanto para las pelotas; muchas de ellas rodaban en ese momento cuesta abajo, hacia la zona donde el terreno se inclinaba abruptamente, descendiendo por un lado hacia el bosque y por el otro hasta el borde del alto precipicio. Varios carteles advertían que el acantilado de creta blanca sufría una constante erosión por la acción del mar y el viento. Pequeñas cruces y ramos de flores secas hacían una críptica referencia a las muchas personas que todos los años elegían ese lugar para despeñarse contra las afiladas rocas del pie del precipicio. Todas las madres del parque parecían haberse puesto de acuerdo para gritarles a sus hijos que no se acercaran al peligro, y sus voces formaban un coro de fondo más ruidoso que el mar.

—¡Eddie, no te acerques al borde! —gritó una mujer en un banco cercano. Su hijo corría detrás de un perrito, haciendo molinetes con los brazos—. ¡Eddie, te lo advierto! —Sin embargo, no se molestó en levantarse del banco, donde estaba dando cuenta de un grueso sándwich.

—Bueno, si tanto temen por sus hijos, ¿por qué insisten en venir? —preguntó el mayor, entregándole la cometa a la señora Ali para que la lanzara—. ¿Listo, George?

—¡Listo!

La señora Ali lanzó la cometa al aire, donde osciló aleteando un momento, y luego, para inmensa satisfacción de Pettigrew, se elevó hacia el cielo.

—¡Muy bien! —gritó el mayor. George seguía corriendo hacia atrás—. ¡Más hilo, George, más hilo!

—¡No te vayas muy lejos, George! —advirtió la señora Ali con súbito temor. Y al punto se tapó la boca con la mano y miró a Pettigrew con cómica expresión.

—¿Usted también?

—Debe de ser un mecanismo de la naturaleza —rió ella—. El lazo universal entre todas las mujeres y los niños a su cuidado.

—Más bien será una histeria universal. El precipicio está a cientos de metros.

—¿No lo encuentra usted nada inquietante? —preguntó la señora Ali, mirando la tersa hierba que se alejaba hasta el abrupto tajo—. A mí casi me da vueltas la cabeza.

—Ésa es la fuerza de este sitio, lo que atrae aquí a la gente —dijo el mayor. Miró el verde acantilado y la enorme extensión de mar y cielo, y citó—: Desnudo de oficiosas cercas, / medio salvaje pero domado, / cubre la tierra el acantilado blanco, / como en tiempos de los romanos.

—Imagino que las romanas también avisaban a gritos a sus hijos.



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